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Se corta la carne de cordero
en trozos más bien pequeños, que se ponen en una cazuela de barro
y se sazonan con sal, dejándolos toda la noche al fresco. Al día
siguiente se añade un vaso de vino blanco y 100 gr. de jamón cortado
a trozos. Aparte se prepara un majado con almendras peladas, perejil,
pimienta, cominos, clavo, nuez moscada y pimentón. Cuando todo
está muy bien majado, se le añade un par de tomates pelados y
triturados y se vierte sobre la carne que se deja cocer lentamente,
hasta que esté bien tierna. Se rectifica de sal y en el momento
de servir se pican los huevos (un par de unidades que tendremos
cocidos previamente) y se echan por encima con perejil. |
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Se trincha en pequeños trozos
un conejo joven, dándole un pequeño corte transversal a la cabeza
con objeto de sacar fácilmente el seso.
Se rehogan a fuego muy lento,
evitando así arrebatar y por tanto endurecer la carne.
Una vez frito, se saca en una
fuente y en el mismo aceite se sofríen siete u ocho dientes
de ajo sin pelar y una guindilla. Una vez dorados se separan
los ajos y la guindilla y se vuelve a incorporar el conejo a
la grasa, añadiéndole inmediatamente al majado de cinco dientes
de ajo, una ramita de perejil, sal y tomillo. Se deja sofreir
todo por espacio de unos minutos y se le añade un buen vaso
de vino blanco manchego. Tras dejarle dar un hervor a todo el
cocinado, estará listo para servir.
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Los famosos "Duelos
y quebrantos" son una fritada de torreznillos, hechos con
tocino de jamón, chorizos desmenuzados y tocino de panceta entreverada.
Todo ello se saltea con media docena de huevos que se van removiendo
en la misma sartén en que se realizaron las fritadas. |
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Este plato figura en todos los
tratados de la cocina regional española y sin embargo en cada
sitio se le ha dado un toque especial, una variante, para darle
un sabor propio de la tierra donde se guisa. La Mancha acogió
este plato, y ya figura en su menú, en el siglo XVIII conservando
una personalidad propia y un gusto muy peculiar.
La gallina una vez limpia, se
parte en pedazos y se sazona con sal; luego se dora en manteca,'
separándola una vez dorada y friendo en la misma manteca, cebolla
picada muy fina. Cuando está frita se añade un poco de harina,
dejándola con la cebolla y se coloca en una cacerola, junto
con la gallina, añadiendo caldo, una ramita de perejil, un puerro,
una zanahoria, una hoja de laurel, un poco de hierbabuena y
por último un vaso de vino blanco. Se deja cocer a fuego lento
y cuando esté en su punto, sepárase la gallina de la salsa,
pasando esta por un colador, añadiendo una yema de huevo batido
y agitándola con presteza al tiempo de echarla para que no se
corte; únase de nuevo con la gallina, poniéndola al baño maría
hasta el momento de servirla. No tiene que hervir, pues se cortaría
la salsa, basta con que se conserve caliente.
La gallina tiene que cocer unas
tres horas a fuego, muy lentamente.
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Al abrir la liebre, se recoge
la sangre.
Se pone en una sartén aceite,
cebolla y los trozos de liebre partida por las coyunturas; se
fríe, se añade agua y se deja cocer, agregando los tomates enteros.
Se tiene hirviendo unos veinte minutos. Se añade medio kilogramo
de arroz, se sacan los tomates cocidos, se mezclan con la sangre
y unos ajos picados y se le añade al arroz unos cinco minutos
antes de terminar la cocción. Se tapa y se deja cocer un poco.
Se retira dejándolo un poco caldoso.
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LOMO
Y COSTILLAS EN ADOBO
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En un recipiente, preferiblemente
de barro, se pone un poco de agua (lo suficiente para que después
quede cubierta la carne), bastantes ajos sin pelar y a medio
machacar, orégano, pimentón y sal (que quede sabroso), se mezcla
todo bien y se agrega el lomo y las costillas, que antes han
sido separadas de la cinta de lomo y éste partido en lonchas.
Se cubre todo con el caldo y se deja sin tapar seis o siete
días para que tome bien el adobo. Luego se saca se deja escurrir
y se fríe.
Una vez frito se saca y se va
introduciendo en una orza de barro y con el aceite de freirlo,
se cubre la carne, conservándose así todo el año. Para consumirlo,
basta sólo con calentarlo.
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Se limpia y chamusca el pollo,
que se dora entero en una cacerola de buen tamaño, con abundante
aceite de oliva. Al hacerlo se le pone sal. Cuando está bien
dorado se agregan las cebollitas que tendremos preparadas, unos
dientes de ajo, un poco de apio cortado en trozos, dos zanahorias
partidas en lonchas, unas patatas pequeñas raspadas y guisantes
desgranados; se dora todo esto durante cinco minutos y se pone
entonces agua de puré de tomate o un tomate entero y se deja
que cueza lentamente durante una hora o más, si fuera preciso
según el tamaño y lo tierno del pollo. Se le da vueltas para
pasarlo por todos los sitios.
Se sirve en una fuente de barro
con el pollo en el centro y toda la guarnición rodeándole, así
como las patatitas doradas.
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Se parten los peces en dos o
tres trozos y se adoban de la siguiente manera: se machacan
cinco dientes de ajo, sal, orégano, cominos, perejil, tomillo,
pimentón y vinagre.
Se mantienen los peces en este
adobo durante toda una noche en lugar fresco y resguardado y
posteriormente se fríen en aceite abundante de oliva hasta conseguir
que queden dorados y crujientes las cabezas. Es importante rebozar
los peces dos veces en harina con el fin de resguardar la carne
lo más posible.
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