REFRANES EN EL QUIJOTE
Don Miguel de Cervantes Saavedra publica en 1605 El ingenioso hidalgo don Quijote de la Macha cuyo rápido éxito popular es tal que, bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, en 1614 aparece en Tarragona una segunda parte del Quijote que la crítica ha calificado de falsa o apócrifa. Don Miguel, airado por tal suplantación, escribe y da a la imprenta sin tardanza, en 1615, una segunda parte o continuación cuyo valor literario, para muchos de sus lectores, está a la par o incluso es superior a la publicada diez años antes.
Don Miguel de Cervantes logra mostrarnos el lenguaje vivo de los pastores, arrieros, soldados, caballeros, bachilleres, vagabundos y otras gentes que transitan por la novela. Ha sabido recoger la lengua hablada de su época, ponerla en boca de los personajes para que nos hablen y transmitan la mentalidad del pueblo, muchas veces, a través de refranes y frases proverbiales. En este sentido, no se separa de la tradición implantada por obras anteriores como el Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, El Conde Lucanor de don Juan Manuel, El Corbacho del Arcipreste de Talavera o La Celestina de Fernando de Rojas que, en parte, son fiel reflejo del habla popular con sus dichos, proverbios, moralejas o refranes.
Pero sin duda es el siglo XVI, en cuya mentalidad se forma Cervantes la época en que se produce un mayor aprecio por los refranes, de tal manera que se ensartan en muchas obras literarias y aparecen numerosos estudiosos humanistas que recopilan los refranes de una manera sistemática. Es seguro que Cervantes debía conocer y manejar algunas colecciones de refranes; no olvidemos que en un pasaje del Quijote se ensalza a Sancho Panza comparándolo con el Comendador griego, es decir con el mismo Hernán Nuñez de Guzmán.
Se vincula la figura de Sancho a los refranes y esto es cierto. Sin embargo, los primeros refranes no están puestos en boca del fiel escudero sino que hay que esperar al episodio en el que se encuentran con unos frailes que trasladan a un muerto, donde aconseja a don Quijote: "El jumento está como conviene, la montaña cerca, la hambre larga, no hay que hacer sino retirarnos con gentil compás de pies, y como dicen, váyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza". Ese "como dicen" sugiere que el novelista, dubitante, ha presentado el refrán como cita extraída de la sabiduría popular, y no del mismo Sancho. Pero hay que entender que el dotar de refranes al habla de Sancho es un descubrimiento progresivo de Cervantes.
Pronto los refranes salen incontenibles de la boca de Sancho. Así, estando don Quijote y Sancho deambulando por Sierra Morena, y como al escudero, molesto por andar por donde iban, se le escapaban una serie de refranes, don Quijote tajantemente le reprende: "¡Válgame Dios, y qué de necedades vas, Sancho, ensartando! ¿Qué va de lo que tratamos a los refranes que enhilas?". Y con cierta agresividad pretende enseñarle: "Ya te he dicho antes de agora, muchas veces, Sancho, que eres muy grande hablador y que, aunque de ingenio boto (torpe); más para que veas cuán necio eres tú y cuán discreto soy yo, quiero que me oyas un breve cuento".
Es Sancho una persona que modifica, altera o trastoca no sólo refranes sino también vocablos, de tal manera que algunos autores le consideran, quizá un tanto exageradamente, un prevaricador del lenguaje. Sus manejos siempre logran efectos paródicos. Quizá se le exijan demasiados conocimientos a un campechano labrador, pues, por poner unos ejemplos, convierte dócil, que era un latinismo en la época, en " fócil" por influencia con fácil, o dice "relucida" por reducida ; a los emperadores romanos Julio César y Augusto los llama "Julios" y "Agostos", o construye adverbios llamativos como escuderilmente, El mismo Sancho ya había insinuado sus malas relaciones con la gramática y se autocalifica un poco burro de pasto en un doble significado de grama (letra y hierba): "Con la grama bien me avendría yo, pero con la tica, ni me tiro ni me pago, porque no la entiendo".
Por contra, don Quijote siempre presenta un modelo de expresión justa y ponderada: "Habla con reposo; pero no de manera que parezca que, Sancho, te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala".
A veces, Sancho pasa del papel de alumno a maestro ocasional. Así, corrige a su mujer Teresa cuando ésta hace mal uso de los refranes: "¡Válete Dios, mujer, y de qué cosas has ensartado unas en otras, sin tener pies ni cabeza!". Luego, cuando vuelve con el caballero se siente más fortalecido por la platica conyugal y replica a su señor en solicitud enojosa de un salario por sus servicios: "Teresa dice... que ate bien mi dedo con vuestra merced, y que hablan cartas y callen barbas, porque quien destaja no baraja, pues más vale un toma que dos te daré, y yo digo que el consejo de la mujer es poco, y el que no le toma es loco". Contagia a su señor que le contesta: "...Y advertid, hijo, que vale más buena esperanza que ruin posesión, y buena queja que mala paga. Hablo de esta manera, Sancho, para entender que también como vos sé yo arrojar refranes como llovidos del cielo".
A Sancho en su continuada relación con don Quijote se le va pegando la personalidad de su señor, es decir, se va quijotizando:
"-Cada día, Sancho, dijo don Quijote-te vas haciendo menos simple y más discreto".
"Sí, que algo se me ha de pegar de la discreción de vuestra merced -respondió Sancho- [...] quiero decir que la conversación de vuestra merced ha sido el estiércol que sobre la estéril tierra de mi seco ingenio ha caído".
Este cambio ya había sido notado por su mujer: "Mirad, Sancho, después que os hicistes miembro de caballero andante habláis de tan rodeada manera que no hay quien os entienda". Y esto es sorprendente porque toda la familia Panza-incluida Sanchica que es el único personaje no adulto de la novela que los dice- es ducha en refranes. Así lo comenta el cura: "los deste linaje de los Panza nacieron cada uno con un costal de refranes en el cuerpo: ninguno -de ellos he visto que no los derrame a todas horas y en todas las pláticas que tienen". Evidentemente, Sancho es el que sienta cátedra porque es un auténtico diccionario de refranes y un gran conocedor del habla popular, según expresa Teresa en una charla con Sanchica, ilusionadas ambas por las expectativas del gobierno de la ínsula: "y verás tú, hija, cómo no para hasta hacerme condesa; que todo es comenzar a ser venturosas, y como yo he oído decir muchas veces a tu buen padre, que así como lo es tuyo lo es de los refranes, cuando te dieren la vaquilla corre con la soguilla".
Intenta don Quijote contener la retahíla de refranes de Sancho. A veces es comprensivo, como al descubrir que su escudero utiliza disimuladamente refranes en otra petición de salario: "Maravillárame, yo, Sancho, si no mezclaras algún refrancico en tu coloquio". Pero se exaspera con desafuero delante de los duques: "-¡Maldito seas de Dios y de todos los santos!, Sancho maldito dijo don Quijote-... y cuándo será el día, como tras muchas veces he dicho, donde yo te vea hablar sin refranes una razón corriente y concertada...", pero la duquesa sale en defensa de Sancho, porque sus "refranes me dan más gusto que otros, aunque sean mejor traídos y con más sazón acomodados". Otra reprensión airada: "¡Eso sí, Sancho! -dijo don Quijote-. ¡Encaja, ensarta, enhila refranes: que nadie te va a la mano! ¡Castígame mi madre, y yo trómpogelas! Estoyte diciendo que excuses refranes, y en un instante has echado aquí una letanía dellos, que así cuadran con lo que vamos tratando como por los cerros de úbeda. Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito; pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja".
Don Quijote, después de darle otros consejos para el buen gobierno y, como Sancho continúa con su torrente de refranes, se descontrola: " ¡Oh, maldito seas de Dios, Sancho! ¡Sesenta mil satanases te lleven a ti y a tus refranes! Una hora ha que los estás ensartando y dándome con cada uno tragos de tormento. Yo te aseguro que estos refranes te han de llevar un día a la horca; por ellos te han de quitar el gobierno tus vasallos, o ha de haber entre ellos comunidades. Dime, ¿dónde los hallas, ignorante, o cómo los aplicas, mentecato, que, para decir yo uno y aplicarle bien, sudo y trabajo como si cavase?".
Pero esto ya es demasiado de aguantar, incluso para Sancho que contesta sorprendido y reivindicando el uso de decir refranes: "Por Dios, señor nuestro amo, que vuesa merced se queja de bien pocas cosas. ¿A qué diablos se pudre de que yo me sirva de mi hacienda, que ninguna otra tengo, ni otro caudal alguno, sino refranes y más refranes? Y ahora se me ofrecen cuatro que iban aquí pintiparados, o como peras en tabaque; pero no los diré, porque al buen callar llaman Sancho".
¿Pero no habíamos dicho que Sancho se estaba reformando? Llama la atención que, precisamente, cuando esto ocurre tanto más refranes va diciendo para desesperación de su señor
Al final de la novela se produce un contagio entre ambas personalidades. Don Quijote pronuncia varios refranes en el momento que está amonestando a Sancho, lo que ocasiona el siguiente debate:
" - Paréceme -respondió Sancho- que vuesa merced es como lo que dicen: "Dijo la sartén a la caldera: Quítate allá, ojinegra". Estáme reprehendiendo que no diga yo refranes, y ensártalos vuesa merced de dos en dos.
-Mira, Sancho -respondió don Quijote-: yo traigo los refranes a propósito, y vienen cuando los digo como anillo en el dedo; pero tráeslos tan por los cabellos, que los arrastras, y no los guías; y, si no me acuerdo mal, otra vez te he dicho que los refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios, y el refrán, que no viene a propósito, antes es disparate que sentencia".
Pese a que el hidalgo elogia el esmero de Sancho: Nunca te he oído hablar, Sancho, tan elegantemente como ahora; por donde vengo a conocer ser verdad el refrán que tú algunas veces sueles decir: "No con quien naces, sino con quien paces", toda enseñanza para que Sancho evite el uso indiscriminado de refranes es inútil. Poco antes de llegar a su aldea manchega, vuelve a producirse otra conversación similar:
" -No más refranes, Sancho, por un solo Dios dijo don Quijote- que parece que te vuelves al sicut erat; habla a lo llano, a lo liso, a lo no intrincado, como muchas veces te he dicho, y verás cómo te vale un pan por ciento.
-No sé qué mala ventura es esta mía -respondió Sancho-, que no sé decir razón sin refrán, ni refrán que no parezca razón; pero yo me enmendare, si pudiere".
Queda demostrado el perfecto dominio que Sancho poseía del refranero, de lo que él mismo se vanagloriaba. Esto le va a permitir, siempre con una finalidad cómica para el lector, alterar o modificar el refrán para acomodarlo a las circunstancias. Así, Sancho modifica el refrán "ni quito rey, ni pongo rey, mas ayudo a mi señor" para rechazar que nadie es su señor y que don Quijote, al que tiene sujetas las manos, no le puede dar azotes como si fuera un niño.
La acumulación de refranes es una de las características del lenguaje de Sancho, aunque también don Quijote, el narrador y la duquesa los incorporan en su charla. El fiel escudero realiza dicha acumulación según dos procedimientos estilísticos. O bien amontona refranes que expresan la misma idea funcionan como sinónimos por lo que se recibe la impresión de una repetición un tanto inútil, lo que el hidalgo ya había criticado al decir "mira y verás cómo te vale un pan por ciento". Veámoslo en un ejemplo en el que Sancho sale triunfante del desafio de don Quijote para ver si encuentra refranes que vengan a propósito de la tratado: "¿Qué mejores -dijo Sancho- que entre dos muelas cordales nunca pongas tus pulgares, y a idos de mi casa y qué queréis con mi mujer, no hay responder, y si da el cántaro en la piedra o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro, todos los cuales vienen a dedo?". O bien, en otras ocasiones, se produce tal acumulación de refranes que, dependiendo de su relación más o menos lógica, puede parecer que rabian entre sí: "Considere que se suele decir que buen corazón quebranta mala ventura, y que donde no hay tocinos, no hay estacas; y también se dice donde no piensa salta la liebre".
En conclusión, se han presentado dos modelos lingüísticos: la norma de la época que rige el hablar de don Quijote, y la creatividad y espontaneidad de Sancho que utiliza los refranes y toda serie de expresiones tradicionales que le vienen a la boca de forma natural.